LA CALA DE SARA EN LA DANZA ESPAÑOLA
La bailarina madrileña Sara Calero  estuvo en Gijón esta semana, de la mano de Borja Villa, para impartir un curso intensivo de flamenco y participar con tres piezas en una gala de danza en el Teatro Jovellanos
Yolanda Vázquez
SÁBADO 18 DE JULIO DE 2015
A pesar de que es bien pequeña (antigua talla patria), Sara Calero es ya parte del presente de la danza española de base flamenca y ha decidido apostar por una línea de creación tan personal como atractiva. Su maestría y una muestra de su obra se exhibieron esta semana en Gijón, donde participó en el II Curso de Danza y en la gala que lo clausuró, celebrada en el Teatro Jovellanos, todo ello organizado por el promotor y bailarín poleso Borja Villa.

Madrileña, de poco más de 30 años, mecida y argumentada en el Ballet Nacional de España cuando lo dirigía José Antonio Ruiz y, académicamente, niña de matrícula de honor (también Premio Artista Revelación en el Festival de Jerez 2014), Sara Calero se llega a Asturias, por tercera vez consecutiva, para ilustrar hacia dónde puede dirigirse la danza española y el flamenco: vanguardia contemporánea de fundamento clásico; una (en apariencia) inquietante mezcla que de buenas a primeras parece que no casa, pero lo hace, y perfectamente bien.

“No, no hago sólo flamenco, soy bailarina de danza española, que creo que abarca mucho más; es la bailarina la que está impregnada de flamenco y luego eso brota de varias formas”, explica. Y en esa apreciación va el concepto más amplio, el más nuevo: no quiere circunscribirse a un estilo concreto, sino que demarca más bien un genérico; algo parecido a lo que ocurre con los medicamentos, que de una parte contienen el principio activo básico para el efecto del fármaco y, de otra, se convierten en materia bioquímica universal (general), aunque no a todo el mundo le produzca el mismo bálsamo. En el caso de Calero, este axioma se traduce en sentido de la responsabilidad y respeto hacia una tradición, la misma que, una vez aprendida, se moldea para esculpir, junto con otros acervos, otro material móvil.

Entonces, ¿es usted muy contemporánea?

Sí, entiendo que sí. Me nutro de muchas fuentes. Si uno mira hacia atrás, todos los grandes bailarines se empaparon de ballet clásico, y esa es la base para hacer muchas otras cosas.

Le gusta sumergirse en lo de antes.

Me gusta saber de dónde vienen las distintas formas de la danza, en buena parte de eso se basa mi último espectáculo, Cosmogonía. Y me gusta el folklore, el ballet clásico, el flamenco y todo lo que pueda suceder a partir de ellos. Y sé que dentro de mí permanecen multitud de imágenes que luego me ayudan a crear mi propio estilo.

Estaba en el Ballet Nacional, ha bailado con grandes de la escena y ha compartido estudio con otros coreógrafos, ¿Qué le animó a caminar sola y a lanzarse a la creación coreográfica?

La necesidad de contar lo que yo creo que es la danza desde mi punto de vista y mostrar lo que veo en mi interior.

Eso es instinto coreográfico, ¿no le parece?

No lo sé. Veo imágenes y procuro trasladarlas lo mejor que sé. Y quizá puede que todavía no sea muy consciente de algunas cosas y de algunas decisiones que tomo; pero puedo asegurar que surgió en mí la necesidad de expresarme, de buscar algo que sentía que me faltaba, y que debía de hacerlo. Pero fue a partir de un momento determinado cuando decidí que quería dar el paso para mostrar cómo veía yo la creación y la danza.

Sincrónico anacrónico

Quizá una de las cosas que más sobresalen de su quehacer sea la recuperación de determinados pormenores dancísticos del baile español (ademanes) y la historiografía que los recorre, el estudio de las posturas (aquellas otras posturas), que le salen y, además, le salen bien. Y eso, hoy día, no tiene precio.

Así que cuando uno ve bailar a la Calero le asalta de todo: el pasado, el presente y parte de un futuro aún por pintar. Están las romanzas, la escuela bolera, la danza estilizada, el arcaísmo propio de un inicio temporal no correlativo al tiempo actual, pero actualizado y haciéndose invariablemente reconocible para el entendido que valora el argumento bailado como si se tratara del movimiento reflejo de un pasado pasado por el filtro de la más exquisita modernidad. Así es, y es una delicia verlo en escena cuajado de verdad. 

Y estos ricos matices no son hueros, implican colores que, desde los más arcaizantes hasta los más posmodernos, se enredan bien para dar un plasma artístico digno de otras estéticas, que definen una variedad cromática tan elegante como bien resuelta. Su estilismo, por ello, es agudo, mucho, y de momento no se equivoca; al menos eso dicen las creaciones puestas hasta ahora en escena: Zona Cero (2010), Cosmogonía (2015), El Mirar de la Maja(2013) o Fuga (2011), una pieza que se coodirige con la música, y que rubrica la confección textil de Carmen Granell.

El físico menudo de la Calero se aprecia recrecido en escena. Ella sola lo bastantea según baila. A sus 32 años ha sido capaz de recoger, además de un academicismo sobresaliente (así lo afirma su curriculum), una ejecución empastada, las más de las veces, de sinceridad y emoción. Es el suyo un cuerpo, todavía de prímula, que recuerda mucho el frescor y la alegría (externa) de lo popular. Tiene ese brillo. Y esa magia.

Y todo parte del gran sentido musical que tiene la artista, de su fino oído, y de la interpretación que hace de la música a través del cuerpo. Y en ello tiene mucho que ver otra mujer, una que es alma y parte en la simbiosis artística de Calero: Gema Caballero, que aporta el cante en las producciones de la compañía de la bailarina madrileña. Un portento de suavidad transparente en una voz que sabe cuidar minuciosamente su coloración.

Calero versus Caballero

Su alter ego musical, ¿se hacen cómplices?

Sí, por supuesto.

Cuando trabajan, cómo lo hacen, es decir, ¿cómo arranca esa especie de ósmosis que parece que todo lo preside?

Creo que porque en el fondo tenemos la misma idea y concepto de lo que es arte y su razón de ser, de lo que entendemos por sentido artístico. Creo, también, que cada una desde su lenguaje es capaz de ver a la otra y lo que quiere decir.  

Es decir, que se da una especie de convergencia; eso es una gran ventaja, ¿no?

Sí. Desde luego, es una ventaja tanto para ella como para mí. El acompañamiento musical y estético es total; y el trabajo en conjunto y por separado es muy intenso. Y todo eso nos influye mucho a las dos y también nos enriquece enormemente.

La delicadeza y sensualidad de la voz de Caballero se inmiscuye en los pasos de la madrileña, que los teje hibridada del sonido vocal de su compañera; una compostura fluida y afinada de sorprendente presencia escénica. Un binomio, el suyo, lleno de verdadero apresto y hermosura.

Pero si a la geniuda exposición sobre tarima le añadimos la dramaturgia subyacente obtenemos un engrudo narrativo muy interesante. Lo pensado se escribe, se traslada a palabras, a conceptos e ideas cuya traducción (notas) conlleva implícito un “hilo dramático del que no me separo jamás”. O, lo que es lo mismo: Calero (se) inventa primero la literatura y después la sincera a través de las imágenes del cuerpo en movimiento.

¿Es consciente de que ahora no todo el mundo lo hace así y que primero deciden apostar por crear el espectáculo, el efecto hacia afuera y, después, ya se verá?

Para mí eso es impensable. Primero viene el hilo dramático y después lo ensamblo minuciosamente con el hilo musical y eso lleva mucho tiempo de trabajo, muchas horas, y requiere de una gran concentración, y de gran compenetración si además trabajas con alguien. Es después de todo esto que armo una estética, es decir, compongo la coreografía con la que contar la historia pensada.

¿Entiende que es un trabajo literario, un trabajo de creación conceptual?

No sé si es literario, la verdad es que nunca lo había pensado así. Lo único que sé es que si no sé qué voy a contar, cómo voy a trasladarlo luego a pasos y poses que me lleven a movimientos corporales que signifiquen algo y que con el tiempo puedan llegar a conmover.

Luego viene el trabajo en el estudio y que a veces no se sabe bien dónde va a acabar, ¿verdad?

Sí, exactamente. Se empieza a trabajar y hasta que no encuentro el lenguaje corporal más apropiado con el que desarrollar las partes, las piezas de una producción, no comienzo a fijar movimientos y pasos. A partir de aquí se empieza con otro trabajo, memorizar y realizar grabaciones. Y seguir estudiando, siempre estudiando.

El cosmos de Cosmogonía

El Jovellanos tuvo la oportunidad de ver un poquito de todo esto. La Compañía de Sara Calero llevo tres piezas a la gala de danza del jueves: un extracto deCosmogonía (2015), el paso a dos Dos Sonatas del Padre Soler, que ejecuta mano a mano con el primer bailarín de la Compañía Nacional de Danza Moisés Martín; Cara Oculta (2014), musicada con la versión de Asturias de Pablo Romero Luis, que interpreta con Borja Villa; y Fuga (2010), homenaje de la bailarina al maestro José Granero, un pequeño alarde de escuela y maestría.

Los espacios de Cosmogonía triangulan los orígenes de la música y la danza más ibéricas. Lo más intrínseco de la danza peninsular, con pleno sabor de españolidad, se da cita en este universo: desde el corte musical en el siglo XVIII (Padre Soler, Boccherini) hasta los fenómenos más contemporáneos, todo dispone de margen escénico suficiente para hilar con eficacia el recorrido histórico (bailado) de la danza hasta nuestros días. Un ensamble que parte de un concepto de origen hispano en el que se habla de los tránsitos que no hacen sino vivenciar, mediante un esquema, la danza a través de otro afinado esquema, el musical. Dicho así parece fácil, pero no lo es. La gracia y el arte están en que, sin saber, el espectador lo comprende bien: la mejor forma de hacer público, de formar espectadores para la danza y el ballet. La artista lo lleva implícito en el nombre: calar en una veta diferente; eso hace Sara, la niña Calero.